Arte moderno, arte de sueño. El simbolismo
[texto manuscrito, tal vez 1913]
Quien quisiese resumir en una palabra la característica principal del arte moderno la encontraría, perfectamente, en la palabra sueño. El arte moderno es arte de sueño. Modernamente se dio la diferenciación entre el pensamiento y la acción, entre la idea del esfuerzo y lo ideal, y el propio esfuerzo y la realización. En la Edad Media y en el Renacimiento, un soñador, el Infante Don Enrique, ponía su sueño en práctica. Bastaba que lo soñase con intensidad. El mundo humano era pequeño y simple. Lo era todo el mundo hasta la época moderna. No existía la complejidad de poder a que llamamos democracia, no existía la intensidad de vida que debemos a aquello a que denominamos industrialismo, ni había la dispersión de la vida, el aumento de la realidad que los descubrimientos trajeron y que resulta en el imperialismo. Hoy el mundo exterior humano es de esta complejidad triple y horrorosa. Por lo tanto en el umbral del sueño surge el pensamiento inevitable de la imposibilidad. (La propia ignorancia medieval era una fuerza de sueño). Hoy todo tiene el cómo y el porqué científico y exacto. Explorar África sería aventurero, pero ya no es tenebroso y extraño; buscar el Polo sería arriesgado, pero ya no lo es. El Misterio murió en la vida: quien va a explorar África o (...) el Polo no lleva en sí el temor de lo que irá a encontrar, porque sabe que sólo encontrará cosas científicamente conocidas o científicamente cognoscibles. Ya no hay osadía: basta el coraje físico de un buen pugilista. Por eso las más locas tentativas de idealización de nuestros aviadores y exploradores no logran no ser ridículas, tan de estatura de alma mediana son. Es que son hombres de ciencia, hombres de práctica. Y los grandes hombres antiguos eran hombres de sueño.
Los hombres disminuyen. Gradualmente, cada vez más, gobernar es administrar, guiar.
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Desde que el arte moderno se volviera arte personal, lógico era que su desarrollo se dirigiese hacia una interiorización cada vez mayor: hacia el sueño creciente, cada vez más hacia más sueño.
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El poeta de sueño es un melódico, un encadenado a la música de sus versos, como Ariel estaba preso en la curva (?) de Sycorax[1] . La música es esencialmente el arte del sueño: y el desarrollo de la música, todo moderno en lo que tiene de valioso y grande, es la composición suprema de cuanto aquí teorizamos. El poeta soñador, por ser soñador, es hasta cierto punto músico. Y para comunicar su sueño necesita de valerse de las cosas que comunican el sueño. La música es una de ellas.
El poeta de sueño es generalmente un visual, un visual estético. El sueño generalmente es de la vista . Poco sabe auditivamente, táctilmente. Y el «cuadro», el «paisaje» es de sueño, en su esencia, porque es estático, negador de lo continuamente dinámico que es el mundo exterior. (Cuanto más rápida y confusa es la vida moderna, más lento, quieto y claro es el sueño.)
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Nordau cayó en el más flagrante y grosero de los errores del que un razonador puede hacer (ser?) víctima en la materia sobre que razona. Confundió un movimiento de progreso, puesto que de diferenciación, con un movimiento de regresión; tomó el principio, titubeante y perplejo como todos los comenzares, de una nueva forma de arte por un arte ya hecho; y no supo distinguir entre lo esencial y lo ocasional, lo instintivo y lo teórico y postizo en un movimiento artístico, porque, no descendiendo a la comprensión del unde y del quo de la civilización actual [...]
Vio los elementos de decadencia que el movimiento simbolista contenía -poco lo elogia, porque esos elementos son flagrantes- y no vio lo que, por detrás de esos elementos, hace de Dante Gabriel Rosseti un gran poeta y un gran poeta de Paul Verlaine. Nordau cometió más asnerías e incomprensión: confundía, bajo la misma clasificación de «místicos» y «tísicos», formas de arte diferentes, de diferente significación [...]
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Había 3 caminos a seguir ante este nuevo estado civilizacional: 1) entregarse al mundo exterior, dejarse absorber por él, tomando de él la vida hueca y ruidosa, el esfuerzo sumamente esfuerzo, la Naturaleza simplemente Naturaleza; este camino siguieron Whitman, Nietzsche, Verhaeren, y, entre nosotros, la corriente que incluyó a Nunes Claro, Sílvio Rebelo y João de Barros. 2) Ponerse al lado, aparte de esa corriente, en un sueño todo individual, todo aislado, reaccionando inerte y pasivamente contra la vida moderna, ya sea por el ansia medieval, la medievalité, ya sea por la fuga hacia lo lejano en el espacio o hacia lo extraño y lo raro en la vida: lo Lejano en la vida finalmente. Fue el camino que siguieron Edgar Poe, Baudelaire (huyendo hacia lo Extraño), Rossetti, Verlaine (hacia la Edad Media y hacia lo Extraño), Eugénio de Castro (hacia Grecia), Loti (hacia Oriente). 3) Meter ese ruidoso mundo, la naturaleza, todo, dentro del propio sueño; y huyendo de la «Realidad» en este sueño. Es el camino portugués (tan característicamente portugués), que viene desde Antero de Quental cada vez más intenso hasta nuestra recientísima poesía.
Quien quiera comprender el simbolismo ha de contar con su triple naturaleza.
Es:
1) Una decadencia del romanticismo.
2) Un movimiento de reacción contra el cientificismo.
3) Un estadio en la evolución (o principio de una evolución) de un nuevo arte.
Quien no vio todo esto, no comprenderá el simbolismo. Nordau vio sólo 1), otros ven sólo 2) y 3).
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El mayor poeta de la época moderna será el que tenga más capacidad de sueño.
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El misticismo y el egotismo, encontrados por Nordau en el arte moderno, son los aspectos mórbidos del misticismo equilibrado y del personalismo característico del arte moderno, que produjeran a Goethe, tan querido de Max Nordau, en su primer estadio.
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En su carácter, el soñador muestra ciertas características: La asexualidad, o parasexualidad, es una, y evidente; es la forma más flagrante de su incapacidad para lidiar con la normalidad y la realidad de las cosas.
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Aquello a que se llama arte moderno, aquello que hasta ahora es arte moderno, es solamente el principio de un arte –o, antes, la transición entre dos estadios de la evolución civilizacional. Entre el llamado romanticismo y el arte que va ahora caminando rápidamente hacia su auge.
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El Infante Don Enrique es el perfecto tipo del soñador. Desde su asexualidad hasta su perfecto sacrificio de los otros, es un soñador. Pero vivió en el tiempo en que se podía soñar.
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Hoy el sueño es siempre de cosas irrealizables. Lo que se concibe como realizable es porque se concibe como científicamente realizable, y lo que se concibe como científicamente lo que sea no puede ser materia de sueño.
Fernando Pessoa
Ensayos
Tradicionales
ACERCA DEL SÍMBOLO
El símbolo es la representación sensible de una idea; las palabras son también símbolos, por eso el lenguaje discursivo es un caso particular del simbolismo. El principio del simbolismo es la existencia de una relación de analogía entre la idea y la imagen que la representa. El símbolo sugiere, no expresa, por ello es el lenguaje electivo de la metafísica tradicional.
Su origen es no humano y se basa en la correspondencia entre dos órdenes de realidades, una visible y otra invisible: la primera alude a la segunda. El fundamento del simbolismo está en la naturaleza misma de los seres y de las cosas; la naturaleza toda es un símbolo. Símbolos y mitos no son recursos estilísticos sino, al contrario, formas indirectas, pero absolutamente auténticas, de traducción de la realidad última.
El símbolo no expresa ni explica, solo sirve de soporte para elevarse, mediante la meditación, al conocimiento de las verdades metafísicas. Su ambigüedad vela y revela la realidad y su carácter polisémico posibilita su interpretación en diversos órdenes de la realidad. Por eso, cada ser humano penetra según sus aptitudes (calificación intelectual) en la intimidad del símbolo.
La pluralidad de sentidos incluída en cada símbolo se basa en la ley de correspondencia (analogía): una imagen sirve para representar realidades de diversos órdenes o niveles, desde las verdades metafísicas hasta las que son como "causas segundas" con respecto a aquellas. Los diversos sentidos del símbolo no se excluyen, cada uno es válido en su orden y todos se completan y corroboran, integrándose en la armonía de la síntesis total.
La ley de correspondencia es un principio del simbolismo. Cada cosa traduce, en su orden de existencia y según su modo propio, el principio metafísico que es su profunda razón de ser. La interpretación metafísica de un símbolo no excluye su significación histórica, más aún ésta es una consecuencia de aquella, pero esa relación de dependencia no la priva de su grado de realidad (el que corresponde a su orden).
Hay en la relación analógica un principio de jerarquía según el cual lo material y visible expresa lo inmaterial e invisible y no recíprocamente.
El símbolo es la forma más adecuada para trasmitir significados no conceptuales. El símbolo es sintético en cambio el lenguaje corriente es analítico. Los símbolos no deben ser explicados sino comprendidos. Por eso, la filosofía profana (no metafísica) usa un lenguaje analítico y racional, en cambio la metafísica oriental y, en general, toda metafísica tradicional, emplea un lenguaje sintético y espiritual: el simbolismo.
ARMANDO ASTI VERA
domingo, 19 de abril de 2009
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